Tengo que decir que, el día que salimos de Jaén para Granada, tenía una especie de sarpullidos en la piel que me escocían, en concreto tenía uno en una pierna que me tuve que poner una pomada (que llevo en la bolsa siempre que voy de viaje) del dolor que tenía. Pero bueno, poco a poco se fue pasando.
Salimos hacia Granada y llegaríamos como a las dos de la tarde. Mención especial haré del periplo que nos pegamos para encontrar la pensión. No lo he dicho, llevábamos el GPS de Iván para estas cosas, pero el chico se había olvidado de actualizarlo, así que todas las calles que el GPS nos indicaba como transitables, en la realidad eran dirección prohibida o no transitables. Momento increíble cuando nos quedamos atascados con la furgoneta en un cruce en el casco antiguo, tan atascados que tuvo que bajarse Pedro para ir indicando, y aún así el rascón que le hicimos al lateral era enorme, Iván ahí, maniobrando y sudando la gota gorda. De esta parte, lo mejor fue cuando, mientras circulábamos por una calle peatonal, vemos la señal de prohibido circular, y nada, caso omiso, así que diré que tuvimos el placer de pasar por la misma puerta de la catedral de Granada en una furgoneta cargada hasta arriba y llena de arañazos. Qué bonito...
Encontramos un parking, dejamos la furgo CARGADA con los trastos (esa sábana y ese saco que llevaba yo hicieron de cobertores), cogemos las maletas y nos vamos a buscar la pensión. Después de dar mil vueltas y preguntarle a no sé cuánta gente, al final la encontramos. Destacaba la nube de moscas que había en el portal de la pensión. Pepita nos recibió amablemente, mientras su marido fumaba puros o tabaco negro o algo que apestaba terriblemente. El método de reserva, poner en las puertas de las habitaciones unos post it amarillos con mi nombre escrito de su puño y letra (Banesa). Las habitaciones, una doble y una de cuatro. Iván y yo nos quedamos en la doble.
Y es que a mí aquella pensión me recordaba mucho a la casa de mi abuela. Todo lleno de cuadros de santos e imaginería religiosa, tapetes de ganchillo por todos lados, y al aseo se accedía a través de la cocina, donde Pepita cocinaba para ella y su marido. Estupendo el momento en el que, como el único baño de la "pensión" estaba ocupado, fui a "un aseo" y descubrí que el centro de la tierra estaba en aquel minúsculo aseo que había en la cocina. Pero, ojo, el folleto que tenía Pepita no mentía: desde las ventanas de las habitaciones se veía la catedral. Y un palomar, por cierto.
Pero bueno, dejamos las maletas y nos vamos a comer. Como es muy tarde ya (son casi las cuatro) ya no ponen tapas, así que comemos de menú en la terraza de un bar, muy céntrico todo. Llegaron Mar y unas amigas de Pedro, y quedamos después de comer en el Loop Bar con Rafa, así que nos fuimos para allá. Recordaré que Granada estaba en fiestas, el Corpus, así que la plaza del ayuntamiento y las calles más céntricas estaban decoradas y había escenarios y se escuchaban sevillanas por todas partes, las niñas iban todas vestidas de faralae y la gente bailaba en la calle. En el Loop Bar compramos unos vinilos, nos tomamos algo, y sobre las cinco nos separamos, Iván y yo nos fuimos a casa de Pepita (no se puede llamar pensión) y Rafa, Mar y sus amigas, y los demás, se fueron a ver la Alhambra desde el mirador, yo ya había visto la Alambra, y vaya, que siempre es bonito ver la Alambra, pero si tengo que elegir entre una siesta y la Alhambra, pues eso. Teníamos una hora y media de tiempo libre hasta las seis y media, hora en la que teníamos que coger la furgoneta con el equipo e ir para el Sugarpop, a hacer la prueba.
Éstos llegaron tarde, así que llegamos un poco tarde a la sala y todo se retraso bastante. Montamos, probamos, vinieron los Martin, y cuando acabamos la prueba a Juanjo se le había jodido el transformador del teclado y necesitábamos una bombilla porque los papeles del atril no se veían con la poca luz de la sala, y nos dejaron una lamaparita de mesita de noche accesoria, pero sin bombilla. Juanjo y Luismi se van al Corte Inglés a comprar, Pedro y Ramón a casa de Pepita a ducharse, e Iván y yo nos sentamos en una terraza y nos pusimos a ver el fútbol tomándonos unas tapas (esta vez sí). No sé lo que hicieron los demás en ese tiempo. Solamente sé que llegaron a las diez al Sugar ya duchados y cenados, y con Mar y sus amigas.
Empiezan los teloneros, y por allí no ha entrado ni dios. Vale, hay tres partidos de fútbol en los que se decide la liga, mal día para hacer un concierto. Al final entraron once personas al concierto. Tocamos (con sus problemas de sonido de rigor, y un calor espantoso) y vendimos dos discos. Gracias a Pedro Ana Lógica, a Juanma y a su amigo, a los Martin (Chilín era un tipo curioso, Chema también), y por supuesto a Mar y a sus amigas.
Conseguimos que nos rebajaran el alquiler de la sala a la mitad, porque de catering no se vio nada por allí, un par de cervezas a lo sumo, así que bueno, recogemos, le pago al técnico, y Rafa y yo hacemos cuentas. Jaén salió bien, pero Granada no, así que lo comido por lo servido. Nos despedimos, nos vamos a dejar la furgo en un parking, y ahí volvemos a hacerla, porque esta vez en la furgoneta no solamente vamos los seis del grupo más todo el equipo, sino que además viajan con nosotros (o encima de nosotros, según se mire), Mar y sus amigas. Y volvemos a pasar por calles por las que no se puede circular, por delante de la catedral por ejemplo, y calles infames hasta llegar de nuevo al parking, y mientras vamos con la furgo a veinte por hora por esas calles nos cruzamos con Jota el de Los Planetas, que iba andando, y menudo revuelo se montó en ese momento, sobre todo porque Jota llevaba gafas de sol y eran las dos de la madrugada, y venga la risa todos, mientras los de detrás le decían a las chicas, “agachaos, que no os vean”, porque ya eran demasiadas infracciones acumuladas. Menos mal que llevábamos las ventanillas cerradas y no se nos oía desde fuera todo lo que estábamos diciendo.
Llegamos al parking, se bajan las chicas, aparcamos a cuatro pisos bajo tierra (hay que ver cómo estaban los parkings de Granada), tapamos las cosas con la sábana y el saco (y en ese momento se comenta de nuevo la idea de llevar una bandera siempre encima para tapar cosas, “¿Y de qué equipo?, a ver si por la tontería nos van a reventar la furgoneta” “Del Villareal” dice Pedro “que ese le cae bien a todo el mundo…
Nos vamos de allí, y nos metemos en un garito que conocían estas chicas, y bueno, tuvimos que pasar otra vez por la puerta del Sugarpop, con lo cual parecía esa película de Atrapado en el tiempo, no sé las veces que pasamos por allí aquel día. Nos hicimos fotos y todo eso, y no recuerdo a qué hora Iván y yo nos fuimos a dormir, porque yo ya estaba empezando a pensar que mis piernas eran más ortopédicas que las del Cactus Dj. En la pensión hice cuentas, y estimé que, hasta ese momento, nos habíamos gastado más de trescientos cincuenta euros, y aún había que hacer el viaje de vuelta. A los otros no les oí llegar, me dijeron a la mañana siguiente que llegaron a las cinco, los que llegaron, claro, porque alguno ni siquiera durmió en casa de Pepita, menuda manera de tirar el dinero, jeje.
Lo de la ducha de aquella mañana fue interminable, así que más de uno visitó el centro de la tierra en forma de aseo de aquel lugar, y era curioso, porque la casa se quedó vacía y en la cocina Pepita se había dejado la comida hecha, y había una sartén con una tortilla de patata espectacular tapada con un plato (si es que es como en casa de mi abuela…). Bueno, que nos vamos, va, ya que estamos, podríamos pasar por la catedral, venga, ale, a ver la catedral por dentro, uy, vamos a hacernos una foto, otra, otra, va, vámonos ya.
Nos subimos en la furgo, y ale, a Valencia, son casi las dos. Carretera y cds, y a mí no me dejaron pinchar, puse un par de discos que había llevado para la ocasión pero no triunfaron mucho, creo que la que más les gustó fue la de Guns´n´Roses y la de Europe, pero me tiraron enseguida de la cabina. Y lo más divertido fue cuando paramos a comer, tranquilamente, solomillos con patatas, no sé qué, y cuando nos subimos a la furgoneta nos damos cuenta que tenemos que entregar la furgoneta en Valencia a las ocho o que no nos da tiempo, así que pisa el acelerador que no llegamos. Creo que, en casi setecientos kilómetros, solamente paramos una vez a mear. O ninguna, no me acuerdo.
Llegamos a Valencia a las siete y algo, paramos en mi casa, descargamos, cada uno coge sus trastos y los carga en su coche, que lleva aparcado allí desde el viernes, y nos vamos yendo, cada uno para su casa e Iván y yo a devolver la furgoneta. Son casi las ocho.
Cuando estábamos en la Gran Vía esperando un taxi para volver, estábamos que casi no podíamos ni hablar del cansancio. Iván se fue a casa a las nueve. Nos habíamos gastado cuatrocientos cincuenta euros, habíamos hecho mil y pico kilómetros, habíamos vendido cinco discos y estábamos agotados.
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1 comentarios:
Vuestras canciones tienen un pase, pero este blog es una auténtica mierda. Tanto texto es un coñazo. ¿De verdad piensas que todo esto le importa a alguien?
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